viernes, 1 de mayo de 2009

Grecia: Monasterios Meteora y Metsovo

El amanecer descubre las rocas que se alzan en frente de las ventanas del hotel. Basta con descorrer la cortina y allí están: majestuosas en su color gris, cubiertas de surcos esculpidos por el tiempo, rectas como muchachas jóvenes. En sus cimas, cubriéndolas como sombreros, se agazapan los monasterios que desafían la gravead y los elementos.

La ruta empieza saliendo de pueblo de Katsaki, subiendo una vez más por una carretera serpenteante entre el verdor del follaje y las piedras que se alzan delante, imperturbables. Hay que parar en un lado de la carretera para ver el primero de los monasterios, el de Rousinou, porque el acceso que hay a él es una estrecha escalera de piedra, esculpida en la roca, que lleva alto, muy alto. Este monasterio es pequeño; apenas un patio cubierto de flores, otro interior con vigas de madera, y una pequeña iglesia que ni siquiera se separa del resto de monasterio, sino que queda integrada en él, elevando por encima del tejado su cúpula, tan llena de frescos en el interior. Las monjas, vestidas enteramente de negro y con pañuelos del mismo color en la cabeza, cobran religiosamente la entrada y cuidan que los que se asomen allí no pasen a las partes del monasterio no habilitadas para las visitas.



Los monasterios cierran al público siempre un día a la semana, pero éstos no suelen coincidir, por lo que siempre hay algunos a los que se puede pasar. Si están cerrados, sólo queda acercarse un poco y contemplarlos de fuera; así ocurre hoy con el Monasterio Varlaam, cuya imponente escalera llega como una ola a una puerta cerrada. Subimos más, porque en la siguiente roca se encuentra el mayor de los monasterios: el Gran Meteora, compuesto de varios edificios a los que hay que llegar primero bajando, y luego subiendo una escalera que acaba en un angosto pasillo. Se puede apreciar los mecanismos utilizados para alzar los víveres hacia el monasterio, unas cuerdas que cuelgan encima del abismo y que alcanzan las dos orillas, la de la vida normal y la de la vida monacal. Las vistas son impresionantes: no sólo seguimos viendo las rocas erguidas de Meteora, y otros monasterios que quedan más abajo, sino que a lo lejos se ven cumbres nevadas de las montañas, que contrastan tanto con la primavera que nos rodea con su abrazo de hojas recién nacidas.



Todavía visitamos algún otro monasterio, viendo también alguno a lo lejos, pero ya es la hora de comer, y elegimos la terraza de un restaurante lleno de flores y de gatos en el pueblo de Katsaki, para luego dirigirnos a un pueblo distante a unos 60 kilómetros, Metsovo. Aunque no parece estar lejos, las carreteras no ayudan en llegar pronto, aunque los paisajes montañosos valen la pena verse. Y sin embargo nuestro esfuerzo no queda recompensado: justamente al llegar allí donde las casas parecen fundirse con la montaña debido al color gris de sus piedras y de sus tejados (que son de piedras también), empieza a llover con fuerza, y las nubes parecen invadirnos con un color entre lechoso y gris. Después de dar alguna vuelta con el paraguas y tomar algo caliente, regresamos hacia Kalampaka, y el último paseo de la tarde lo hacemos por sus calles, tranquilas aunque algo ventosas. Hay que descansar ya: al día siguiente nos espera la vuelta a Atenas, y en lo que quede del día habrá que empezar a descubrir sus tesoros.

No hay comentarios: