miércoles, 6 de mayo de 2009

Próximos conciertos

6 de mayo - Conservatorio Superior de Música, c/ Baños, a las 20 - recital de alumnos que sacaron enl año pasado la martícula de honor de la asignatura que importo - toca un flautista y una alumna mía (conmigo, claro). Programa: por nuestra parte, una sonata de Mozart y la segunda de Prokofiev

14 de mayo - Monasterio de la Cartuja, a las 20.30 - recital con Álvaro Ambrosio, un alumno aventajado. Programa: sonata de Debussy y la Kreutzer de Beethoven

21 de mayo - Conservatorio Superior, a las 20.30 - recital con Laura Rubiales, otra alumna. Programa: sonata nº7 de Beethoven y sonata de Franck. Este probablemente se repetirá todavía en otro sitio, pero no me han confirmado fecha.

27 de mayo y 3 de junio - COnservatorio Elemental de Música de Mairena de Aljarafe, a las 19.30. Programa: en el primero se tocarán las dos sonatas de Brahms para viola; en el otro la sonata de Debussy y la de Franck.

domingo, 3 de mayo de 2009

Grecia: Atenas

Mi primer contacto con Atenas no se puede calificar de demasiado afortunado. Ya bajando al centro de la ciudad siento que lo que había comido justamente antes me ha sentado fatal. Con que sepáis que el diagnóstico final del médico fue gastroenteritis, es suficiente; supongo que conocéis los síntomas. El resultado final: toda la tarde metida en la cama, con dolor de estómago.

Menos mal que al día siguiente me siento lo suficientemente bien como para salir a la calle e intentar visitar la ciudad. Eso sí, la subida a Acrópolis me cuesta bastante, porque me encuentro prácticamente sin fuerzas. Una vez arriba, resulta que el Partenón está cubierto de andamios casi en su totalidad, igual que el templo de Atenea Nike. Y sin embargo la explanada impresiona, igual que las ruinas de Ágora que se extienden más abajo. Una vez allí es imposible no reflexionar: ¿eso es todo lo que queda de antiguo esplendor de una civilización que de alguna manera dio la vida a toda la cultura europea? Piedras, piedras, y alguna columna que todavía se mantiene en pie. Y sin embargo, aquí nacieron aquellos conceptos que todavía hoy utilizamos, aquí es donde la forma de gobierno llamada “democracia” fue dada a la luz, aquí donde se discutía y se elegía los cargos políticos. ¿Tan poco valor tuvo eso para quedarse en meras ruinas? No sería tan poco si todavía hoy enciende nuestra imaginación, si todavía hoy sentimos agradecimiento a aquellos que construyeron aquello de lo que hoy quedan sólo estas ruinas.







Saliendo de Ágora, el bullicio de las calles llenas de pequeñas tabernas y cafés atrapa a los transeúntes y hace difícil el paso. En la plaza de Monastirakos las tiendas crecen invadiendo todas las calles de los alrededores; tiendas de ropa, de joyería, de recuerdos para los turistas, de sandalias (siempre al estilo griego)... Eso mismo se repite a lo largo del barrio de Plaka que se extiende más allá del Foro Romano y siempre a la sombra de Acrópolis, con sus callejuelas tortuosas y plazas llenas de sombras. Pero ya no hay tiempo para nada más: la Atenas blanca queda atrás, y delante sólo hay el viaje de regreso a casa.

viernes, 1 de mayo de 2009

Grecia: Monasterios Meteora y Metsovo

El amanecer descubre las rocas que se alzan en frente de las ventanas del hotel. Basta con descorrer la cortina y allí están: majestuosas en su color gris, cubiertas de surcos esculpidos por el tiempo, rectas como muchachas jóvenes. En sus cimas, cubriéndolas como sombreros, se agazapan los monasterios que desafían la gravead y los elementos.

La ruta empieza saliendo de pueblo de Katsaki, subiendo una vez más por una carretera serpenteante entre el verdor del follaje y las piedras que se alzan delante, imperturbables. Hay que parar en un lado de la carretera para ver el primero de los monasterios, el de Rousinou, porque el acceso que hay a él es una estrecha escalera de piedra, esculpida en la roca, que lleva alto, muy alto. Este monasterio es pequeño; apenas un patio cubierto de flores, otro interior con vigas de madera, y una pequeña iglesia que ni siquiera se separa del resto de monasterio, sino que queda integrada en él, elevando por encima del tejado su cúpula, tan llena de frescos en el interior. Las monjas, vestidas enteramente de negro y con pañuelos del mismo color en la cabeza, cobran religiosamente la entrada y cuidan que los que se asomen allí no pasen a las partes del monasterio no habilitadas para las visitas.



Los monasterios cierran al público siempre un día a la semana, pero éstos no suelen coincidir, por lo que siempre hay algunos a los que se puede pasar. Si están cerrados, sólo queda acercarse un poco y contemplarlos de fuera; así ocurre hoy con el Monasterio Varlaam, cuya imponente escalera llega como una ola a una puerta cerrada. Subimos más, porque en la siguiente roca se encuentra el mayor de los monasterios: el Gran Meteora, compuesto de varios edificios a los que hay que llegar primero bajando, y luego subiendo una escalera que acaba en un angosto pasillo. Se puede apreciar los mecanismos utilizados para alzar los víveres hacia el monasterio, unas cuerdas que cuelgan encima del abismo y que alcanzan las dos orillas, la de la vida normal y la de la vida monacal. Las vistas son impresionantes: no sólo seguimos viendo las rocas erguidas de Meteora, y otros monasterios que quedan más abajo, sino que a lo lejos se ven cumbres nevadas de las montañas, que contrastan tanto con la primavera que nos rodea con su abrazo de hojas recién nacidas.



Todavía visitamos algún otro monasterio, viendo también alguno a lo lejos, pero ya es la hora de comer, y elegimos la terraza de un restaurante lleno de flores y de gatos en el pueblo de Katsaki, para luego dirigirnos a un pueblo distante a unos 60 kilómetros, Metsovo. Aunque no parece estar lejos, las carreteras no ayudan en llegar pronto, aunque los paisajes montañosos valen la pena verse. Y sin embargo nuestro esfuerzo no queda recompensado: justamente al llegar allí donde las casas parecen fundirse con la montaña debido al color gris de sus piedras y de sus tejados (que son de piedras también), empieza a llover con fuerza, y las nubes parecen invadirnos con un color entre lechoso y gris. Después de dar alguna vuelta con el paraguas y tomar algo caliente, regresamos hacia Kalampaka, y el último paseo de la tarde lo hacemos por sus calles, tranquilas aunque algo ventosas. Hay que descansar ya: al día siguiente nos espera la vuelta a Atenas, y en lo que quede del día habrá que empezar a descubrir sus tesoros.