Las carreteras serpentean en una montaña que intuye al mar no demasiado lejos, pero no lo ve. Lleva a sitios sagrados, tan difíciles en acceso en aquellos días en los que no había coches ni asfalto, y quizás por ello más venerados, más queridos, más buscados en los tiempos difíciles. El primero de ellos es el Monasterio de San Lucas, ubicado en la ladera de la montaña desde hace casi diez siglos. La iglesia es de estilo bizantino, construida con grandes sillares de piedra grisácea con la que contrasta el tono rojizo de los ladrillos y con el azul nublado del cielo. No es muy grande, pero está ricamente ornamentada con mosaicos que juegan con los diferentes tonos de dorado, que contrasta con la frialdad de piedra de sus altares. Hay un silencio casi absoluto; pocos turistas se asoman a estos parajes en las fechas tan primaverales, y así es más fácil construir el silencio, el recogimiento, la tranquilidad de la vida monacal. El viento fresco que aparece cada vez que el sol se esconde tras las nubes, es el que empuja a seguir el camino, siempre con los ojos abiertos a los parajes singulares.
Y la siguiente parada es Delphos, aquella Delphos que en algún momento era el centro del universo, la que decidía los destinos y los azares de las pequeñas naciones griegas por designios de sus oráculos. Hoy no le pregunto nada al oráculo de Delphos porque no quedan de él nada más que ruinas que llevan sus columnas heridas hacia los cielos, como pidiendo ayuda o quejándose a los antiguos dioses por haberlas abandonado, haberse escondido ya para siempre en las inaccesibles simas del Olimpo dejando solos a los humanos y a sus construcciones. ¿Dónde estáis?, parecen preguntar, y sus preguntas nunca obtienen respuestas, siempre quedan sin contestar, o quizás la respuesta es demasiado ambigua, como antaño lo eran las respuestas de las pitonisas envueltas en el humo.
Camino al siguiente destino, los monasterios de Meteora, vemos las cumbres nevadas del Parnaso, y yo me pregunto si las musas siguen allí enviándonos las inspiraciones venidas de su amo, el dios Apollo. Ojalá me mandaran a mi alguna señal. Pero no ocurre nada; descendemos hacia la planicie cubierta con el trigo aún verde, aunque el sol juega con él dándole toques dorados. La noche cae. Sólo cabe buscar el hotel y esperar a la mañana siguiente.
3 comentarios:
Por lo que veo (y leo) no te va nada mal. Me alegro mucho. A ver si nos vemos pronto (esta vez de verdad). Besitos.
No me quejo. Y en junio tenemos quedar de verdad (el mayo lo tengo un poco liado...)
Besitos
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