martes, 29 de enero de 2008

El blog es un reflejo de nuestro ego...

Más grande en algunos casos, más pequeño en otros. Espero ser el segundo caso :)

lunes, 28 de enero de 2008

Canción de amor

Sumida en mis exámenes, tengo poco tiempo para escribir, pero os quiero dejar hoy unos versos de un poeta de voz ronca (demasiados cigarrillos), lengua muy mala y corazón de oro, un descubridor de poetas desde la tribuna de la Biblioteca Nacional, un mangífico recitador y destripador implacable de poemas ajenos, Enrique Gracia Trinidad.

"La duda tiene nombre de mujer
con ojos tristes,
es hija dde la luz y los espejos,
besa como jamás besó su hermana la certeza,
y a veces, por la tarde, se viste con un traje de alquitrán
y acapara la noche.

Es una puta descarada que nos sonríe por oficio,
una perfecta zalamera
de la que nos enamoramos
cuando por vez primera nos parece que ya somos poetas.
Luego siempre se encarga
de romper en pedazos el cristal del orgullo,
de hacer que se nos crispe la risa por venir.

Está loca,
se ha metido en mi cama con un ciego susurro
de besos de jengibre
y ha violado mis sueños más hermosos.
Despertaré mañana, estoy seguro, con resaca de noche malograda,
la voz entumecida
y una larga distancia respirando en mi boca.

Es para odiarla...
pero la quiero tanto..."

sábado, 26 de enero de 2008

Dos días, dos películas

Disfrutando de un pequeño parón entre los exámenes (que son la causa más directa de escribir poco aquí últimamente), he aprovechado los dos últimos días para ir al cine. Primero una película libanesa que está actualmente en cartelera: "Caramel" de Nadine Labaki. Un film sencillo que cuenta la vida de cinco mujeres que se enfrentan a su manera a la vida, al amor, a distintos problemas morales, y cuyas decisiones no siempre son fáciles, aunque sea quizás las más correctas (es que tantas y tantas veces lo correcto nos rompe el alma...). Una luz muy especial, muy cálida, de tonos anaranjados, y una música también digna de mención.
La segunda película es algo absolutamente opuesto. "La eternidad y un día" del director griego Theo Angelopoulus (la última del ciclo dedicado a este director en Fundación Cajasol de Sevilla) es una película lenta, pausada, que deja al espectador sobrecogido por su luz cansada, fría, que en algunas escenas casi hiela, como en aquella de la frontera, que parece la boca misma del infierno. Me encantaron las cartas de la mujer al viejo (o entonces no tan viejo) poeta, que son amor, mar y poesía al mismo tiempo. Me encantó la idea de vendedor de palabras. Y la música, que aparece poco, pero que recuerda las olas tranquilas meciéndose al sol. Altamente recomendable, eso sí, en algún día tranquilo y sin estrés, porque tiene un ritmo muy pausado.

miércoles, 23 de enero de 2008

Recomendación

¿Por qué no echáis un vistazo aquí?

lunes, 21 de enero de 2008

Formas del tiempo

La música de Brahms es la prueba más irrefutable de la relatividad del tiempo.

Y aquí tenéis una muestra de ello: su tercera sonata para violín y piano, en re menor. En realidad quería poner la segunda, pero no he encontrado nada interesante en el youtube... De todos modos, es una de mis preferidas, y eso que conozco las tres de violín a la perfección, de tocarlas tanto. Disfrutadlo mucho!!! (el tercer video contiene el tercer y cuarto movimiento).





viernes, 18 de enero de 2008

jueves, 17 de enero de 2008

Uno no se hace poeta...

se descubre poeta.

Al filo de lo improbable

Si alguien te dice lo ideal que eres, ¡huye! Lo más probable es que no te conoce para nada...

miércoles, 16 de enero de 2008

El prisionero

Hace tiempo que vivo en una casa
sin puertas ni ventanas. Me cortaron
por impago la luz, y no funcionan
los electrodomésticos. Si suena
el teléfono, pienso que no es nadie
y evito descolgarlo. Algunas vecces
me cansa tanta paz, y me pregunto
si algún día podré cambiar de casa.

Luis Alberto de Cuenca

lunes, 14 de enero de 2008

Arpa



La mano eternamente condenada a detenerse; los transeúntes que contemplen la escultura eternamente condenados a esperar una nota que nunca llega..

sábado, 12 de enero de 2008

Foutaises



Y a ti, ¿qué te gusta?

viernes, 11 de enero de 2008

Nubes



Hoy las nubes andan deprisa, como si repentinamente se dieran cuenta de que deberían estar en otra parte. Y yo quiero ser nube, y marcharme con ellas, a una vida diferente de la mía...

Lisboa, día 3; Sintra, día 4

Todo hay que confesar: el tercer día en Lisboa es muy corto. No por culpa de Lisboa ni de los lisboetas, evidentemente, sino por los excesos de la noche anterior. Resumiendo: nos levantamos a eso de las dos de la tarde aproximadamente con unas ojeras de impresión aunque, por lo menos, sin la resaca pertinente. La ducha nos despierta a nosotras y a nuestros estómagos, así que levantamos el vuelo (aunque siempre cerca del suelo, para no pegarse una por si acaso) y nos vamos al centro, a ver si todavía encontramos algo abierto. Y si!!, tenemos suerte, y comemos una buena pasta en un italiano. Nos quedamos todavía allí un buen rato hablando; el día no acompaña mucho, las nubes oscurecen el cielo bastante, y nosotras no tenemos demasiadas ganas de movernos. Acabo haciendo una casi sesión de terapia con Paola; de verdad no entiendo por qué tanta gente me pide consejo cuando tienen problemas sentimentales, cuando a mi en estos asuntos me va más o menos como el culo. Otro misterio inescrutable de la vida.

Decidimos subir en el Elevador de Santa Justa al Convento do Carmo. Las vistas desde la plataforma del elevador son, una vez más, impresionantes; esta vez vemos las colinas de Alfama, el castillo de San Jorge. Alrededor de Sé, la catedral, una bandada de pájaros hace piruetas sobre el fondo grisáceo del cielo que empieza a chispear delicadas lágrimas de despedida. Los muros de la capilla de Convento do Carmo, destruido parcialmente por el gran terremoto que azotó Lisboa en 17... , se ven nítidamente; en el fondo quizás no haya nada más coherente en el mundo que ese templo que carece de cubierta, abierto el cielo en una oración eterna, sin barrera ninguna. Es casi ya despedida de esa ciudad que se mete en las venas con su manera de ser, de estar, de fluir, esa ciudad que brilla allí abajo con miles de luces de colores.






Después de tomarnos algo en una cafetería cualquiera volvemos un momento al hotel para dejar descansar a los cuerpos y a las mentes. Pero por la noche salimos a cenar; aunque parece que el cielo está deshaciéndose en un diluvio universal, nosotras queremos despedirnos de Lisboa con notas de fado y, mojadas hasta la rodilla, conseguimos (evidentemente sin reserva) la última mesa en un restaurante donde cantan algunos artistas. Son diversas las actuaciones, algunas mejores que otras, pero lo que está claro es que el fado tiene alma, alma que impregna el cuerpo del quien lo escucha con su saudade. Dicen que los portugueses son una nación melancólica; pero el fado, más que melancólico es simplemente realista: parece que nadie se dio cuenta mejor que ellos de que la felicidad no es más que un momento transitorio que siempre pasa, y de que no existe la dicha completa, porque hay algo dentro de nosotros mismos que la empaña, algunas veces el miedo o la inseguridad, otras el azar o el destino.

Al día siguiente abandonamos a Lisboa. Antes de ponernos rumbo a España, nos vamos todavía a Sintra, este pueblo que es ilustración de un cuento algo loco. Paseamos por sus calles estrechas, y admiramos sus palacios, castillo y casa pintadas de colores. Pero es hora de volver, y el viaje transcurre en silencio, como si se necesitara un poco de soledad para volver a revivir en la memoria los días pasados, para guardar en el interior las imágenes que la retina descubrió y grabó con cuidado, para que no se olvidara ninguna. Hasta el próximo viaje.

miércoles, 9 de enero de 2008

Después de tocar...

La música es libertad con reglas.

(Y ya desarrollaré eso en algún momento).

Ugghhh...

Juro por lo que más queráis que Ciencias de la Administración es, después de Estadística, la asignatura más coñazo que jamás había estudiado... Snif, snif, snif...

martes, 8 de enero de 2008

En los jardines de Lisboa crecen versos...



Amor es fuego que arde sin ser visto;
Es herida que duele y no se siente;
Es un contentamiento descontento;
Es dolor que desatina sin doler.

Es un no querer más que bien querer;
Es solitario andar por entre la gente;
Es nunca contentarse de satisfacción;
Es cuidar que se gana perdiendo;

Es querer estar preso por voluntad;
Es servir a quien vence, al vencedor;
Es tener con quien nos mata lealtad.

Mas ¿como causar puede su favor
En los corazones humanos amistad,
Si tan contrario a sí es el mismo amor?

Lisboa, día 2

Las camas del hotel son confortables, pero no hay nada mejor que dormir en la de uno. Quizás por eso nos cuesta levantarnos de la cama en este día que es el último del año. O quizás es por el cansancio, o porque es tan placentero quedarse acurrucada entre las almohadas y el edredón, adormecida por el calor de tu propio cuerpo. Aún así, llega el momento de ponerse en el camino.

Desayunamos en una pastelería pequeñita entre el hotel y la estación del metro; Lisboa está llena de este tipo de sitios, apenas una barra y un escaparate lleno de pasteles, donde sirven un café que todos califican de delicioso y un té igual de bueno (aunque yo sólo puedo confirmar lo segundo). Por las fechas que corren la pastelería está llena de dulces navideños, y los portugueses allí congregados me aconsejan en la elección; confieso que es tan difícil elegir que al final me como unos cuantos, mientras que Paola se contenta con un zumo de naranja (y ella se lo pierde!).

Nos dirigimos a la Basílica da Estrela; un corto trayecto en metro, un paseo por amplias avenidas, un jardín salpicado de tablas con versos de Camoes, un parque lleno de vegetación tropical; me llama la atención un anciano sentado en un banco con la cabeza agachada, como si en el suelo estuviese escrito algo, algo valioso y digno de concentración, alguna verdad más allá de lo perceptible. Tiene que serlo, porque con sólo levantar la vista se puede divisar tras los árboles las torres de la basílica; las ramas las esconden levemente, como haciéndolas una cortina suave, y a la vez resaltando su belleza de piedra blanca, inmaculada.



Bajamos al centro de la ciudad en el tranvía. Me encantan las ciudades con tranvías, quizás porque aquella en la que crecí tenía toda una red de raíles por los que pasaban chirriando los vagones, pero los de Lisboa tienen un encanto particular; dado que tienen que salvar los desniveles de terreno muy considerables, los vagones son bastante pequeños y además hechos a la antigua, con pocos asientos y todo el interior forrado de madera que cruje deliciosamente a cada curva y a cada bajada. A ratos uno llega a contener el aliento cuando el tranvía pasa por una calle especialmente estrecha, o cuando sortea con soltura los coches mal aparcados con tan sólo un movimiento de la mano del conductor.



Mientras tanto se está haciendo algo tarde, y dado que los horarios de las comidas en Portugal son algo diferentes que en España y que si uno no llega a tiempo se puede quedar con hambre, nos dirigimos hacia las calles que se encuentran detrás del Teatro Nacional, llenos de bares y restaurantes. Antes de comer nos da tiempo de tomarnos una ginja, licor de cerezas que, a pesar de tener bastantes graditos de alcohol, es muy suave y entra con facilidad incluso a personas no muy acostumbradas a beber. Luego hacemos una visita a pequeña tienda de regalos que hay al lado; yo busco principalmente una postal para mi amiga Liliana, quien desde que me fui de Polonia, o sea desde hace más de diez años, recibe tarjetas de todos y absolutamente todos los lugares a los que viajo (según ella, tiene ya una caja de zapatos llena de ellas, y es que no tira ni una), pero al final nuestra faceta de compradoras compulsivas vence y nos compramos unas bufandas preciosas, aunque hay que decir que la mía abriga mucho más.

Nuestro antojo del día es arroz con marisco; venimos pensando en él ya desde nuestra salida de España, y qué mejor día para comerlo que el 31 de diciembre. Tanto en el bar donde nos tomamos nuestras ginjas como en la tienda de regalos nos recomiendan el mismo restaurante, y es verdad que el arroz es exquisito, aunque en la cazuela queda algo después de que nos pusiéramos hasta arriba de delicioso pan con queso, con paté de sardinas o con mantequilla con sal. Verdadero banquete para dos rubias con hambre.

Después de comer nos dirigimos a Alfama, aquel barrio con alma de fado, para andar por sus estrechas callejuelas que sobrevuelan el Tajo. La primera parada es la Sé, o Catedral, una edificación con un marcado estilo románico y algunas influencias góticas: bóveda de cañón en la nave principal y bóveda de crucería en las naves laterales. El gran rosetón no se ve desde el interior de la catedral, pero a estas horas de la tarde el sol asoma hacia el interior del templo, pintando de colores la bóveda con la luz que atraviesa los cristales tintados. El siguiente paso es el mirador de Santa Luzia, del que se divisa todo el barrio, iluminado por los últimos rayos del sol; el atardecer llega temprano, y la humedad del Tajo se va metiendo en los huesos de los viajeros que contemplan Alfama, sus tejados pintados de rojo, sus iglesias que destacan a lo lejos, su ropa tendida en innumerables ventanas y terrazas que se miran entre sí en la estrechez del laberinto de sus muros.



El cansancio hace mella y decidimos tomarnos algo calentito en una céntrica cafetería, en la que caemos bajo el hechizo de los roscones de reyes que venden a una velocidad de vértigo; evidentemente nosotras también compramos uno y le hincamos el diente ya en la propia cafetería. Son diferentes que los españoles; la masa es mucho más densa, llena de frutos secos, y no hay nada de nata. Sienta bien, pero es algo contundente, y con el estómago tan lleno nos disponemos a volver a la habitación para descansar un poco antes de la noche del fin de año, empezando por tomarnos un té caliente en el vestíbulo del hotel. Luego vemos una película y por poco nos quedamos dormidas; al salir del hotel para ir a celebrar la llegada del año las dos estamos convencidas de que no aguantaremos más de dos o tres horas. ¡No sabemos lo equivocadas que estamos!

Después de cenar unas deliciosas ensaladas (lo que en sí fue toda una aventura, ya que nos colamos en una fiesta en un restaurante), vamos corriendo a la Praca del Comercio, donde exactamente a las 12 en punto empiezan los fuegos artificiales. El cielo estalla súbitamente en miles de colores y formas, y vierte ríos de fuego sobre las cabezas de los presentes que llenan al milímetro toda la plaza. El siseo de la pólvora se entremezcla con las ovaciones de la gente que se entusiasma con las figuraciones de las luces que se hacen pedazos para apagarse con igual rapidez con la que aparecieron. La noción del tiempo se pierde por completo; no sabemos cuántos minutos han pasado desde el comienzo, pero no queremos que pare, no queremos que el cielo se quede ciego otra vez con la negrura de la noche. Es, sin embargo, inevitable, y cuando ocurre, nos dirigimos siguiendo a la gente hacia el Barrio Alto, en cuyas calles se esconden bares nocturnos en los que tomarse alguna copa que otra. Entramos en uno que nos gusta porque parece tranquilo, y ya nos quedaremos allí casi toda la noche; poco es el tiempo que pasamos solas, porque primero nos empiezan a acompañar las caipirinhas y mojitos que hacen en la barra con velocidad increíble, y poco después los italianos, portugueses y españoles de las mesas de al lado. Como no paran de invitarnos a copas, acabamos la noche a las 6 de la mañana, hablando por los codos y riéndonos sin parar. Mi lengua se asemeja a un pato de goma, pero aún así conservo la lucidez suficiente como para terciorarme de que me lleven al hotel al que me tienen que llevar, y no ningún otro. En general parece una buena entrada en el año 2008...

sábado, 5 de enero de 2008

La llamada

La noche había sido muy larga y muy oscura.
Quería oír tu voz. Que tus dulces palabras
me trajeran un poco de calma. Que el cariño
que sentías por mí viajara por teléfono
hacia mi corazón maltrecho y derrotado.
Quería oír tu voz y oí la de tu amante.

Luis Alberto de Cuenca

viernes, 4 de enero de 2008

Lisboa, día 1

Salimos de Sevilla temprano porque hay muchos kilómetros por delante; y sin embargo no hay ningún agobio, ninguna prisa, sólo el coche y la carretera que promete nuevos destinos. Nos permitimos varias paradas para reponer fuerzas y estirar las piernas, siempre sin dejar de hablar, porque Paola y yo siempre tenemos algo que decirnos. Aún así, llegamos a Lisboa en pocas horas, principalmente gracias a que las carreteras estén casi desiertas. Sólo queda dejar las maletas en el hotel y ya se puede empezar a disfrutar de los encantos de Lisboa, de sus calles, de su gente.

Con el metro vamos directamente a Baixa, la única parte de la Lisboa histórica que no está ubicada en una de las siete colinas que conforman la capital lusa, sino que está rodeada por ellas, inclinándose suavemente hacia el Tajo a través de sus sucesivas plazas. Lo primero es saludar de nuevo la estatua de Fernando Pessoa, anclada siempre en una mesa del Café A Brasileira en pleno Chiado, como esperando que alguien se sentara a hablar con él, y no sólo para hacer una foto típica. Bajamos tranquilamente por la rua Garrett; hoy solamente tenemos ganas de andar por las plazas, admirar desde el Rossío al convento do Carmo que se abre al cielo con sus arcos semiderruidos, para luego bajar hacia la plaza de Comercio por la rua Augusta que brilla las luces de escaparates y adornos navideños. Un clarinetista toca en la calle viejas canciones vestidas de nostalgia; unos metros más adelante encontramos un pequeño puesto con ingeniosos juegos hechos de alambre, y nos reímos mucho intentando solucionar aunque sea los más fáciles en compañía de otros tres curiosos, una pareja con un amigo. En realidad más que los malditos alambres que no hay por donde coger, me atraen los ojos de ese desconocido que sonríe al otro lado del desvencijado tenderete atendido por un señor tan amable como todos los lisboetas y que al final, cuando por fin logro desenganchar la flecha, me vende el juego en forma de corazón. No puedo dejar de sentir alguna vibración por dentro escuchando esa risa franca y abierta que me dirige el hombre como esperando que me quede un momento más al lado de este puestecito tan humilde, porque a veces en un solo momento, en una sola mirada, se concentra toda una vida.



Pero ya es prácticamente de noche, y el frío húmedo cae sobre Lisboa en cuanto desaparecen los últimos rayos de sol. Es el momento de resguardarse y fortalecerse con algo caliente, así que abandonamos la rua Augusta y volvemos a A Brasileira, donde logramos conseguir dos asientos en una mesa. Al lado nuestra, dos amigas españolas jubiladas, Mayte y Encarna, que comparten con nosotras los secretos ya descubiertos de Lisboa y que, sin saberlo, nos dan ideas para la Nochevieja. En la misma mesa, un señor inmerso en la corrección de un manuscrito rodeado de libros; pensándolo bien, no se me ocurre mejor sitio para hacerlo, a pesar de estar abarrotado de gente que habla en todos los idiomas del mundo.



Después de descansar, otro paseo por las calles inclinadas del Barrio Alto, para acabar en una tasquita pequeña y sin grandes pretensiones, pero llena de portugueses y que, sobre todo, sirve un bacalao delicioso. A estas horas ya estamos cansadas y hambrientas, con lo cual la cena la pasamos casi en silencio. Bajando hacia el metro vemos estremecerse las luces de la Baixa a lo lejos. La ciudad está ya casi vacía, pero bajo su aparente tranquilidad la vida y la realidad siguen su curso, que nosotras interrumpimos con nuestros pasos en la acera.

jueves, 3 de enero de 2008

...

"El poema es como una chispa apresada en un trozo de cristal, porque las palabras son trozos de cristal".

Amos Oz, "No digas noche"