viernes, 4 de mayo de 2012

Historia

Me acuerdo perfectamente de mi primera clase de Historia. Estaba en un 4º de primaria, viviendo en un país que en aquel entonces todavía era comunista, y el barbudo profesor que me inculcó el amor por el estudio del pasado puso en la pizarra una hermosa sentencia en latín: "Historia magistra vitae". La historia es la maestra de la vida, decía Cicerón tan sabiamente.
Mirando a los acontecimientos políticos y económicos de los últimos tiempos tengo la sensación de que todos hemos olvidado a la historia, que vivimos de espaldas a ella, que la tenemos encerrada en un baúl lleno de polvo y al que nunca abrimos. O quizás mejor dicho, nos la tienen encerrada en un baúl para que no la conozcamos, para que carezcamos de elementos de juicio para entender todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Cómo si no de esta manera se puede explicar que agachemos las cabezas y aceptemos soluciones tan neoliberales a la actual crisis, cuando ya se demostró en su momento que el liberalismo y falta de control por parte del estado conduce a una cuestión social insostenible. Cómo si no de esta manera se puede entender que los trabajadores, los asalariados y todos aquellos que no tienen para su sustento nada más que el trabajo de sus manos o de sus mentes acepten el desmantelamiento de esta sociedad quizás no ideal, pero sí mucho más segura para todos, aclamando en los puestos políticos a aquellos para quienes son solamente una mano de obra manejable y exprimible. Cómo si no de esta manera se puede explicar que los poderosos duerman tranquilos, sin sentir en su nuca la respiración de millones a los que están despejando de su trabajo, de su educación y sanidad, de su dignidad como seres humanos, al fin y al cabo.
Espero que llegue el momento que los libros de historia se lancen otra vez a la calle. Que nos expliquen cómo vivíamos antes y cuánto esfuerzo, sangre y sacrificio supuso llegar a donde estamos hoy. Que nos ayuden a comprender que el estado que hoy en día tenemos no sólo no es insostenible, sino absolutamente necesario. Aquí y en otros rincones del planeta que todavía sueñan con un plato lleno todos los días.