lunes, 28 de abril de 2008

Cuidando bebés- pájaro (II)

Zipi y Zape han muerto :( Cuando volví hoy del trabajo, ya estaban fríos. Me lo temía, porque ayer por la noche ya no querían comer, y hoy por la mañana estaban muy débiles. Me he quedado triste todo el día; mira que se acostumbra uno a estos bichillos...
Aún queda vivo Sami, y desde que lo mantengo calentito su ánimo ha mejorado mucho. Se acaba de zampar un montón de leche y algo de jamón cocido. Es curioso, porque era el más pequeñito de los tres, pero resulta ser el que más se aferra a la vida. Es tan poca cosita que apenas ocupa un cuarto de la palma de mi mano, y sin embargo sigue luchando por vivir...

sábado, 26 de abril de 2008

Cuidando bebés- pájaro

Como no tenía cosas que hacer, ahora me he convertido en mamá de tres polluelos recién nacidos. Resulta que mis padres tienen una casa que tiene varias chimeneas, en las que siempre anidan los pájaros, y de vez en cuando éstos se caen por los tubos y acaban en la rejilla de ventilación de la cocina, en el calentador de agua o en la chimenea del salón. Esta vez se ha caído un nido entero, con tres pajarillos pequeñitos dentro... y claro, yo, que carezco de instinto maternal por completo, ahora ando cuidando estas tres criaturas que son de lo más feo que se puede echar en cara: todavía ni abren los ojos, no tienen plumas, y sus cabezas son deesproporcionadamente grandes en relación con el resto del cuerpo, salvo cuando se hinchan de comida, porque entonces tienen barriguitas de lo más graciosas. Por lo demás se parecen a bebés humanos en cuando que no paran de pedir de comer, luego duermen, y cagan más de lo que comen. Los dos más grandes siempre están juntos, por lo que les he llamado Zipi y Zape; aunque les ponga en dos extremos de la caja que ocupan ahora, siempre acaban uno encima del otro. El más pequeño en cambio siempre está solo, por lo que mi madre le llamó "Sami", que viene del polaco "sam", o sea, "solo". A ver si sobreviven; ya os iré informando, y por ahora os dejo alguna foto; espero que con el tiempo vayan mejorando su aspecto.



sábado, 19 de abril de 2008

Vendaval

y de repente el viento en la noche
el viento levantando las lágrimas de la lluvia
el viento jugando a cantar con las vallas y las barandillas
y los desagues hablando con el cielo

y tú no estás
y yo me escondo bajo las sábanas
para acunarme en la oscuridad
la oscuridad de la noche azotada por el viento


(Escrito en medio de la noche, mientras la cama parecía el único refugio ante los enfurecidos elementos...)

sábado, 12 de abril de 2008

Estambul (III)

Pero Estambul, claro está, es algo más que sus mezquitas y los gatos que las vigilan. Es el Cuerno de Oro, manso y resguardado de los vientos por las edificaciones túpidas de sus dos orillas, y el Bósforo embravecido en su travesía entre el Mar de Mármara y el Mar Negro que agita con fuerza los barcos que navegan cerca de su orilla europea o asiática. Es el agua que murmura en la Cisterna - Basílica, Yerebatan Saray, reflejando y multiplicando sus columnas entre las luces fantasmales. Es calor de la gran piedra de mármol en el hammam, el baño turco, donde la desnudez de los cuerpos no sonroja a nadie y donde la piel se libera de todo aquello que no necesita, purificándose en un ritual antiguo. Es el trasiego de las calles comerciales de Beyoglu y el tranvía antiguo que baja desde Taksim por la calle Istiklal, llena de tiendas de ropa y de típicas delicias turcas. Son las vistas desde la Torre de Galata, que dan vértigo y fe de lo inabarcable que es Estambul.






Estambul es sobre todo su gente que abarrota las calles a cualquier hora del día y se esconde en sus casas de noche. Son los mercaderes de los bazares, capaces de hablar en casi todas las lenguas del mundo para venderte al mejor precio (para ellos) las alfombras, las cerámicas, las caligrafías, las joyas, las lámparas que esconden genios, las teteras que duermen plácidamente con sus sueños barrigudos, los instrumentos que cualgan pacientemente en un mudo descanso, o las especias que forman montañas de colorido intenso y picante. Son las mujeres siempre con pañuelos en la cabeza y los hombres que no dejan de mirar con curiosidad a las turistas con ojos claros y pelo rubio con el que juega el viento. Son los pequeños comerciantes del callejón de los libros tras la mezquita Beyazit, donde un viejo prepara el té en un samovar en medio de la plazuela y donde los libros son arte puro y vivo en sus miniaturas doradas. Pequeñas hormigas en movimiento constante de millones, y sin embargo algunos se paran a veces y miran hacia delante, observando algo que se escapa a la atención del viajero en un instante en el que el centro del universo deja de girar.







El último día la lluvia cae con una gris constancia. Es un buen momento para un paseo solitario, cuando casi no hay rastro dee vida por las calles. Pero la llamada a la oración no distingue entre días buenos y malos y aparece siempre puntual, recordando que l avida no nos pertenece a mosotros, sino a un Dios lejano y distante al que debemos rendir tributo. Y en el momento de la llamada a la oración estoy prácticamente sola en la explanada entre la Mezquita Azul y Ayasofia. El canto del muecín sale desde la Mezquita Azul y agita los delicados hilos de la lluvia. Al momento, le responde el muecín de la mezquita pequeña situada en un lado de la plaza y en la que no se fijan los turistas, y durante unos minutos parece haber un duelo respetuoso entre las dos mezquitas, cuyos muecines no coinciden nunca en su llamada. Cuando finalmente el silencio cubre la plaza, sólo quedamos la lluvia, las siluetas de las mezquitas y yo. Y ya es tiempo de volver a casa.

jueves, 10 de abril de 2008

Después de la lluvia...



...siempre vuelven los atardeceres.

lunes, 7 de abril de 2008

Los exiliados

Persiguen por las calles
sombras antiguas
retratos de muertos
voces balbuceadas
hasta que alguien les dice
que las sombras
los pasos las voces
son un truco del inconsciente.
Entonces dudan
miran con incertidumbre
y de pronto
echan a correr
detrás de un rostro
que les recuerda otro antiguo.
No es diferente
el origen de los fantasmas.

- Cristina Peri Rossi