viernes, 30 de noviembre de 2007

Surrealismos (II)

Diez de la mañana. Entro en clase donde me espera una alumna; está mirando atentamente el interior de su violín.
Yo: ¿Qué el pasa a tu violín?
Alumna: Tiene pelusas dentro.
Yo: ¿Y qué piensas hacer al respecto?
Alumna: Me han dicho que hay que meter dentro un puñado de arroz y agitarlo, luego el arroz sale con las pelusas.
Yo: Claro, y luego vas y haces una paella.

Surrealismos (I)

Acabo de vivir la semana más surrealista de mi vida. Vamos, una historia digna de ser convertida en guión de una película de Woody Allen (Alberto, si te interesa ya te la cuento...). He pasado dos días sin dormir, casi sin comer, y en clase no llegaba a dar valores por encima de una corchea (eso es para decir que iba más lenta que un ordenador viejo). El estómago se me encogió como un puño y parecía pegarse a la espalda. He pasado por situaciones de lo más diversas en mi vida, pero desde luego nunca me había sentido tan mal, además sin comerlo ni beberlo.

Hoy he vuelto a reirme a carcajada limpia. A veces no queda más remedio; cuando la vida se ríe de ti, hay que reirse con ella. Que los llantos queden para los funerales.

domingo, 25 de noviembre de 2007

...

"Todo viaje deja una ausencia y esa ausencia es el verdadero viaje. Como todo lo que amamos lo destruimos y es esa destrucción el verdadero amor. Como toda mano que cierra una puerta abre una herida que nunca cicatriza. Como después hay que atravesar un jardín. Como la arboleda y la luz son tu reino. Como las lentas generaciones del verano van puliendo tu rostro. Como todo lo que el destello rasga busca abrigo en tu mirada. Como la hora se ha vuelto fija por tu asombro. Como sucesivamente saldrás y volverás al jardín y volverás a salir. Como siempre estás naciendo al desamparo de la dicha".

Guillermo Sucre

viernes, 23 de noviembre de 2007

Santa Cecilia (un día más en el conservatorio)

El despertador suena con la crueldad de siempre, y por quedarme un ratito más aferrada a la almohada luego llegan las prisas: la ducha, el desayuno, un rápido chequeo del correo electrónico, responder a algún mail que otro; luego corriendo al coche y cruzando los dedos para que no haya por una vez ningún atasco en el camino, que últimamente siempre llego tarde al maldito claustro. Pero ¿a quién se le ocurrió poner un claustro el día de la santa patrona de los sufridos músicos?

Desde luego mis preocupaciones por llegar tarde han sido en vano; nada más cruzar el umbral del conservatorio constato que la mayoría de mis compañeros están todavía charlando tranquilamente por los pasillos; a mi me asaltan Antonia y Lourdes, las profesoras de violín, para hablarme de las audiciones de diciembre, y luego Alejandro, para ídem; aquello parece la caza de la pianista sin tener en cuenta que todavía no consigo recuperar el aliento después de cruzar la pasarela del río (¿hay acaso algún miembro del conservatorio que no aparca en La Cartuja?) dos veces, por haber olvidado el móvil en el coche. Subiendo al aula del claustro intento repasar mentalmente todas las audiciones que deberé tocar en diciembre y me salen unas cuantas. Desde luego, las Navidades se cogerán con ganas...

Me pregunto por qué hay tanta cola delante de la mesa de la directiva y cómo que todavía no ha empezado el claustro. ¿Regalan algo? ¿Jamones para la Navidad? ¿Aguinaldo? Está claro que no, para que nos vamos ilusionar; es sólo para firmar la asistencia al claustro, por si alguien se quiere largar antes. Por fin empezamos; desde luego la lectura de las actas de la reunión anterior es tanto más larga cuanto más se ha discutido en el claustro, y esta dura media hora, más o menos tiempo suficiente para que mi amiga Elena me ponga al tanto de los chismorreos nuevos que no vamos a reproducir aquí. Otra amiga, Gaelle, llega un poco tarde y no se sienta con nosotras porque al lado nuestra se ha ubicado su ex marido, muy oportuno como siempre; de todos modos nos enseña de lejos su nuevo peinado y nos indica que luego ya hablaremos de nuestro viaje a Lisboa el fin de año.

Antes de pasar a la lectura del plan del centro, el jefe de estudios nos informa amablemente que hay todavía un número residual de alumnos, 42 en concreto, que no reiben al día de hoy clases de música de cámara, porque al parecer no hay nadie quien pueda acogerlos. Empujada por la vena reivindicativa (que suele salirme una vez por claustro) me levanto para decir que 42 no me parece un número nada residual y preguntar quién diablos hizo la distribución de los grupos para que ocurriera eso. Todos buscan con la mirada al único Catedrático de Música de Cámara que, por casualidad, no se encuentra entre los presentes. Después de una corta discusión que termina con una pelea acerca de si es mejor formar un trío de trombones o distribuirlos en quintetos, por fin se lee el plan del centro, que es para echarse una cabezadita, y más en voz de nuestro director. Acabada la lectura, y antes de las discusiones, me esfumo; un claustro es un claustro, pero yo tengo dos audiciones a la semana siguiente, y algún ensayo extra que hacer para que mis queridos alumnos no pierdan la cabeza como en la última. Termino el ensayo y todavía me engancho al final de la discusión del plan del centro, justamente en las eternas reivindicaciones de falta de espacio a las que la directiva eternamente responde que ya tendremos más aulas y un auditorio cuando se ejecuten las obras de la tercera fase de la rehabilitación del edificio; a estas alturas lo de tercera fase suena a que antes nos encontraremos con un marciano en el patio del conservatorio que con un auditorio bien hecho y derecho; claro, para qué una sala de conciertos en un conservatorio superior de música...

El claustro termina tarde, así que sólo queda la opción de tapear algo antes de entrar a clase; y menos mal que hoy sólo van tres. Primero una alumna con una sonata de Beethoven; menudo trabajo nos espera con esto, porque por ahora la sonata parece estar muerta... En medio viene Gaelle para decirme que probablemente se suspenderá el concierto que iban a dar en Alameda por lo de Santa Cecilia; ahora mismo la lluvia está cayendo como una cortina densa y gris y la humedad se huele en el pasillo. Menos mal que en el aula ya funciona la calefacción; ya nos han dicho hoy que no pensemos tanto en las terceras fases y nos contentemos con el hecho de tener por fin la caldera...

Viene otro alumno, Natanael, y nos disponemos a tocar el concierto de Sibelius; después de que el año pasado le diera tanta caña con la calidad del sonido en la sonata de Franck, el principio del concierto crea una atmósfera increible, partiendo tan sólo de un suspiro, de la nada. Conforme pasan los minutos, la música crece y crece, se tensa y se retuerce, para terminar con un final tremendo. Acabamos exhaustos, pero por fin hay algo en este día que realmente ha merecido la pena, aunque ya sólo se queda en el recuerdo y en esta sensación en los dedos de haber hecho algo bien. Una buena manera de celebrar el día de la patrona. Otra clase más, y vuelta a casa, a pesar de que algunos compañeros insisten en que me quede para la copita que se va a ofrecer a los profesores del centro. Pero yo prefiero tumbarme en la alfombra del salón con unas cuantas vela encendidas y leer algo que me envuelva en la belleza de las palabras.

De vuelta a casa unas cuantas llamadas (que dónde estoy), un mensaje de María (su hermano está mejor), y otro de un compañero diciéndome que están las croquetas y el jamón pero falta la sal del conservatorio, es decir yo, y que me venga allí. Ni caso; yo ya me dispongo a dormir acurrucada por una voz que viene de lejos...

Feliz dia de Santa Cecilia.