domingo, 3 de mayo de 2009

Grecia: Atenas

Mi primer contacto con Atenas no se puede calificar de demasiado afortunado. Ya bajando al centro de la ciudad siento que lo que había comido justamente antes me ha sentado fatal. Con que sepáis que el diagnóstico final del médico fue gastroenteritis, es suficiente; supongo que conocéis los síntomas. El resultado final: toda la tarde metida en la cama, con dolor de estómago.

Menos mal que al día siguiente me siento lo suficientemente bien como para salir a la calle e intentar visitar la ciudad. Eso sí, la subida a Acrópolis me cuesta bastante, porque me encuentro prácticamente sin fuerzas. Una vez arriba, resulta que el Partenón está cubierto de andamios casi en su totalidad, igual que el templo de Atenea Nike. Y sin embargo la explanada impresiona, igual que las ruinas de Ágora que se extienden más abajo. Una vez allí es imposible no reflexionar: ¿eso es todo lo que queda de antiguo esplendor de una civilización que de alguna manera dio la vida a toda la cultura europea? Piedras, piedras, y alguna columna que todavía se mantiene en pie. Y sin embargo, aquí nacieron aquellos conceptos que todavía hoy utilizamos, aquí es donde la forma de gobierno llamada “democracia” fue dada a la luz, aquí donde se discutía y se elegía los cargos políticos. ¿Tan poco valor tuvo eso para quedarse en meras ruinas? No sería tan poco si todavía hoy enciende nuestra imaginación, si todavía hoy sentimos agradecimiento a aquellos que construyeron aquello de lo que hoy quedan sólo estas ruinas.







Saliendo de Ágora, el bullicio de las calles llenas de pequeñas tabernas y cafés atrapa a los transeúntes y hace difícil el paso. En la plaza de Monastirakos las tiendas crecen invadiendo todas las calles de los alrededores; tiendas de ropa, de joyería, de recuerdos para los turistas, de sandalias (siempre al estilo griego)... Eso mismo se repite a lo largo del barrio de Plaka que se extiende más allá del Foro Romano y siempre a la sombra de Acrópolis, con sus callejuelas tortuosas y plazas llenas de sombras. Pero ya no hay tiempo para nada más: la Atenas blanca queda atrás, y delante sólo hay el viaje de regreso a casa.

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