martes, 23 de septiembre de 2008

Budapest - Praga, día 3

El largo paseo por Buda del día anterior se deja sentir en las piernas durante nuestro último día de estancia en la capital húngara. A estas alturas el orden matutino está ya configurado, y seguirá sin cambiar hasta el final del viaje: la primera en levantarse es Paola, porque es la que más tarda en arreglarse, hasta el punto que yo, que me levanto la último, muchas veces acabo lista antes que ella. No es tan fácil que tres chicas se pongan "monísimas" con tan sólo un baño y sin perder toda la mañana, pero la mayoría de los días lo logramos; en Budapest entre otras cosas porque el desayuno está incluído en el precio del hotel, y si queremos aprovecharlo, no podemos bajar demasiado tarde. De paso aprovechamos unos minutos de la mañana para hacer algunas compras por el barrio: las botellas de agua, algo de fruta (a Blanca y Paola se les ponen los ojos como platos cuando ven las moras, los arándanos y otras frutas tan sabrosas y a precio tan bajo), algún chicle, el famoso vino "Tokaji" que traeremos a nuestros seres queridos como regalo de viaje. Porque hoy tocará ya despedirse de Budapest, y ver todo lo que todavía no hemos podido ver, esta vez en la orilla de Pest.

Empezamos el día con una visita que le hace una especial ilusión a Blanca: después de un corto paseo a trávés del Barrio Judío nos plantamos en frente de la Academia de Música (el equivalente de nuestro Conservatorio Superior), cuya fachada delata ya lo que se esconde tras sus muros; para qué si no para la enseñanza de la música podría estar destinado un edificio con la estatua de Liszt sentada majestuosamente encima de la entrada principal. No es de hecho la única estatua del famoso compositor que encontramos: en las inmediaciones de la Academia se puede descubrir una deliciosa plaza a la que Liszt también da nombre, y donde se halla, a parte de muchos restaurantes y barecitos muy concurridos por las noches, una efigie algo alocada del músico húngaro que descansa en la sombra húmeda de los árboles.



Seguimos bajando hacia el río por la calle Andrássy, a la que describen como la calle comercial más lujosa de Budapest; tan lujosa es que sólo entramos en una tienda de zapatos (donde Paola y yo compramos unas chanclillas en rebajas) y el resto preferimos ni mirarlo. La Ópera y el Palacio Drechsler son algunos edificios que nos acompañan por el camino, hasta que divisamos de lejos las cúpulas de la Basílica de San Esteban, , el mayor templo de la ciudad, cuya silueta ya conocemos a través de nuestros paseos por el otro lado del río.



No se puede decir que hoy tengamos mucha suerte: después de acercarnos callejeando hasta el Parlamento y hacer más de una hora de cola a pleno sol que pega con fuerza (el único alivio son los aspersores del césped de la plaza), nos anuncian que el cupo de entradas para el día ya está agotado, y que sólo se puede coger para el día siguiente, cosa que no nos consuela mucho ya que en esos momentos ya estaremos camino a Praga. Para consolarnos, y después de una comida bastante rica, nos vamos a los famosos baños de hotel - balneario Gellert. Después de una pequeña trifulca con la cajera en la entrada, y después de perdernos un poco en aquel laberinto de taquillas, piscinas, vestuarios y pasillos interminables, por fin llegamos a la piscina de las columnas de la que tanto hablan todas las guías turísticas. Es muy bonita; pero nosotras hemos estado en los baños árabes de Sevilla, y esta vez en ataque de patriotismo, nos quedamos con los que tenemos en nuestra ciudad.



Lo que si es cierto que los baños dejan a uno relajado, sin fuerzas. Nos movemos hacia la plaza de Ferenc Liszt, para tomarnos unas copillas; sentarse en medio del bullicio de la plaza no deja de ser un pequeño sosiego en este día que tampoco nos desveló demasiadas maravillas de la ciudad. Todavía nos queda andar un rato en busca de un restaurante que le recomendaron a Paola, pero cuando llegamos, ya lo están cerrando y nos tenemos que conformar con una ensalada en un velador de la calle Vaci. Son los últimos momentos en Budapest, ciudad que nos despide con calor y con suave susurro del Danubio.

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