viernes, 19 de septiembre de 2008

Budapest - Praga, día 2

Budapest es la conjunción de Buda y de Pest, antiguamente dos pueblos que se miraban frente a frente a través del Danubio y que hoy juntas forman la capital húngara. Para el primero de los dos días completos que pasaremos aquí elegimos Buda, quizás porque nos parece más grande o más monumental, y queremos atacarla todavía con las fuerzas. El metro nos lleva hacia la plaza Bethyány, rodeada de iglesias barrocas entre las que destaca la de Santa Ana con sus cascos oxidados por el paso del tiempo y que miran dee reojo al majuestuoso edificio del Parlamento que se nos muestra orgulloso en la orilla de Pest. Camino al casco antiguo de Buda pasamos por la iglesia calvinista que mira al río con su torre que aspira a llegar al cielo, y con sus tejados cubiertos de cerámica brillante de color marrón que hace juego coqueto con el color de los ladrillos que conforman sus paredes. Las calles inundadas por el sol serpentean hacia arriba con la tranquilidad de llevarnos allá donde lo podremos ver todo desde una perspectiva diferente; el Bastión de los Pescadores se erige delante de nosotras invitando a subir por sus escaleras largas y prometiendo sombras que luego son solamente espejismos. En la pequeña plaza a la que el bastión da respaldo encontramos la iglesia de Matías, que alterna la fealdad de los andamios con el contraste entre el blanco de sus muros y los colores vivos de las tejas. La estatua de San Esteban que preside la plazuela mira a los presentes desde su altura de monumento en el que dejan huella las inclemencias del tiempo en forma de patina verdosa; pero lo mejor son las galerías del Bastión de los Pescadores, con sus arcos de medio punto a través de los cuales la ciudad aparece a veces nítida, a veces brumosa como una bella irrealidad.





Es bella también la iglesia de Matías por dentro, con el frescor de sus paredes cubiertas de frescos que se pierden en geometrías coloridas resaltadas por los diseños de sus vidrieras. Es un descanso antes de salir a la plaza de la Trinidad que nos conducirá por las calles señoriales del casco antiguo, con las grandes casas guardadas por puertas grandes y pequeñas, por las rejas trenzadas en las ventanas, y con comercios que se anuncian con delicados dibujos de hierro, casas que esconden en su interior patios frondosos que invitan a sentarse y respirar algo de aire fresco entre tanto calor.





Después de comer ligeramente nos dirigimos hacia el palacio, una mole gris con un marcado carácter Habsburgo que carece de gran interés salvo por las vistas que ofrece sobre la orilla de Pest, el Parlamento, la Basílica de San Esteban y el Puente de las Cadenas. Sólo la parte posterior del palacio, aquella que mira hacia el monte Gellert, ofrece patios verdes, torres altas y pasadizos con encanto; así el Palacio Real lo abandonamos muy pronto, sin dejar de pasar por la puerta franqueda por leones en calma, por un lado, y leones rugiendo, por el otro.



El último punto del día es el Monte Gellert, al que primero damos la vuelta, y luego subimos, no sin esfuerzo y con aliento entrecortado. Pero vale la pena. Un atardecer teñido de ténues rosas y naranjas se extiende por el cielo; la estatua a la Liberación extiende sus brazos hacia un cielo todavía azul, y la ciudad se extiende a nuestros pies ofreciéndonos todos sus encantos. Sentadas en un pequeño bar esperaremos a que la noche cubra con su mano oscura los edificios que, a su vez, responderán con las luces que brillarán inquietas a lo lejos. A la vuelta nos perderemos un poco; nos montaremos en un autobús sin billetes, nos encontraremos en algún sitio de Budapest al que no conocemos, y cogeremos finalmente un tranvía que nos llevará de vuelta a la tranquilidad del hotel. Todavía nos queda otro día para seguir descubriendo la ciudad...



1 comentario:

Urban Residue dijo...

A mi me encanta esta foto de ti.