
Hace algunos días murió uno de los mejores reporteros del siglo XX, Ryszard Kapuscinski.
Los primeros libros suyos los leí en polaco; los últimos, en castellano. No sé si sería capaz de decir cuál de ellos me gustó más; quizás "Ébano", este libro tan hermoso que escribió sobre África, un continente que amaba. Antes de que saliera en forma de libro lo publicó por capítulos en "Gazeta Wyborcza", el periódico más importante en Polonia y el más grande de toda Europa Central, y es allí donde tuve la suerte de conocerle, aunque sólo fugazmente: un apretón de manos, unas palabras de presentación, y esa mirada que se me quedó grabada en la memoria para siempre, cálida y penetrante a la vez, porque cuando Kapuscinski te miraba a los ojos, tenías la sensación de que podía leer en tu alma todos los secretos.
Años más tarde, elegí unas palabras suyas de "El Sha" para encabezar mi tesina; fueron éstas: “...los tiranos, más que al petardo o el puñal, temen a aquello que escapa a su control: las palabras. Palabras que circulan libremente, palabras clandestinas, rebeldes, palabras que no van vestidos de uniforme de gala, desprovistas del sello oficial.” La tesina trataba sobre Mijaíl Bulgákov, un escritor perseguido en los años del poder estalinista, y autor de "El maestro y Margarita", uno de los libros de mi vida.
Pero en realidad hay otro fragmento de Kapuscinski que me impactó mucho al leerlo, y que de alguna manera resume un pensamiento que siento como mío: "¡Saber! ¡Hay que saber! Es una obligación ética, un deber moral. Nadie se puede justificar diciendo que no lo sabía. ¿Y por qué no lo sabía? ¿Era imposible de verdad o, sencillamente, resultaba más cómodo no saber y más fácil la absolución?"
Espero, Ryszard, que algún día puedas ver desde arriba un mundo más justo y más abierto, aquél por el que siempre habías luchado con tus palabras.