sábado, 15 de diciembre de 2007

Nunca me abandones

Tengo una relación muy personal con los libros. Con eso quiero decir que a veces con los libros me pasan las mismas cosas que con las personas: discrepo con ellos, me enfado con ellos, río y lloro con ellos, los escucho contarme sus historias... También hay veces en las que un libro me atrapa antes todavía de abrir sus páginas, de empezar a recorrer una a una las líneas que lo conforman. Es como un amor a primera vista, absolutamente inexplicable.

En mi última visita a una céntrica librería sevillana me llevé cuatro libros, pero fue uno en particular que llamó poderosamente mi atención, "Nunca me abandones" de Kazuo Ishiguro. Yo ya había leído en algún momento "Los restos del día", y me gustó esa manera lenta y parsimoniosa de contar las cosas, como si en realidad no pasara absolutamente nada, pero esta vez fue como si el libro me gritara desde la estantería con fuerza, y por más que quise ignorarlo, no tuve más remedio que comprarlo y traerlo a casa. Y leerlo en un día.

Es un libro a la vez profundamente hermoso y desconsolador. Y es lo segundo porque Ishiguro vuelve a la tradición de la novela distópica (1) de Zamiatin, Huxley u Orwell, y sin embargo hay una sutil diferencia con ellos. Los mundos de "Nosotros", "Un mundo feliz" o "1984" se presentan como totalitarios, controladores, opresores, pero también son mundos indeseables, por lo menos por algunos individuos que se rebelan contra el sistema que les convierte en casi inhumanos. La distopía de Ishiguro es mucho más sutil, y por tanto, en el fondo mucho más perversa; es un mundo en gran parte rural, bucólico, sosegado, en el que la vida pasa sin grandes sobresaltos, pero hay una intuición de algo oscuro, de algo que no está dentro de nuestros cánones de la moralidad, y que sin embargo es aceptado sin cuestionamientos, sin resistencia. Los protagonistas en ningún momento intentan escapar de su destino, tan marcado desde su mismo nacimiento, como mucho sueñan con un aplazamiento, con un poco más de tiempo para amar. Es precisamente eso, esa falta de voluntad individual para cambiar las cosas, lo que resulta tan desalentador.

Pero también hay un leve aliento de esperanza, porque en un mundo así lo único que da todavía algún sentido a la vida es la amistad y el amor. Y la amistad y el amor se tejen y entretejen entre un triángulo formado por dos amigas y un chico, trágico a veces porque en los triángulos siempre aparecen las mentiras y los celos, y a veces lo verdadero triunfa demasiado tarde: "No hago más que pensar en ese río de no sé qué parte, con unas aguas muy rápidas. Y en esas dos personas que están en medio de ellas, tratando de agarrarse mutuamente, aferrándose con todas sus fuerzas el uno al otro, hasta que al final ya no pueden aguantar más. La corriente es demasiado fuerte. Tienen que soltarse, y se separan, y se los lleva el agua. Pienso que eso es lo que pasa con nosotros. Qué pena, Kath, porque nos hemos amado siempre. Pero al final no podemos quedarnos juntos".

Es triste, sí. Pero en el fondo creo que no es abrazarse y permanecer lo que importa; lo que realmente es importante es ese intento de agarrarse y no soltar al otro, esa lucha y esa desesperación que nos fluye por dentro cuando nos damos cuenta que no podemos vivir sin las emociones que nos da el confiar nuestros pensamientos y nuestra vida al otro. Y que mientras haya eso, seguiremos siendo profundamente humanos, errantes e imperfectos, pero humanos al fin y al cabo.

2 comentarios:

Rafael dijo...

Sabes? Me apunto ese libro para la biblioteca, llevo un tiempo (corto) algo perdido con la lectura, y eso que yo ¡amo leer!
Un besillo y feliz Navidad!!

Martika dijo...

Rafa, que alegría verte!!! Y si necesitas más recomendaciones, ya sabes... :)
Un besote