viernes, 26 de septiembre de 2008

Budapest - Praga, día 4 y 5

Es tiempo de despedirse de Budapest; en nuestro cuarto día de viaje nos toca desplazarnos de Hungría a Praga, la famosísima ciudad dorada. Nos decantamos por el autobus; el viaje es tan sólo una hora más largo que en tren, y es a cambio mucho más barato. También es cierto que nos hará pasar más estrés: a la hora de salida y en el lugar acordado el autobús no está, pero si a cambio un montón de gente nerviosa (muchos españoles entre otros) que no sabe qué hacer y teme quedarse tirada en Budapest sin poder llegar a República Checa. Llamadas por teléfono a la agencia de viajes checa que fleta los autobuses; finalmente me dicen que no nos preocupemos, que el autobús tiene algo de retraso y que ya nos recogerá.

A pesar de accidentado principio de viaje, luego las cosas mejoran. Primero, porque el autobús no está nada mal, y yo duermo muy a gustito (mis compañeras no tanto, pero claro, para esto hay que contar con mi gen particular que me hace dormir en cualquier medio de transporte casi antes de que éste se ponga en marcha). Segundo, porque justamente a la hora de comer paramos en Bratislava, y logramos agenciarnos los bocadillos más ricos que haya tenido el gusto de comer en mi vida. Y no hablemos del postre: enormes trozos de bizcocho con ciruela o con fresa, esponjosos y blanditos: que se escondan las magdalenas de Proust, que se me hace boca agua cada vez que los recuerdo.

El resto del viaje está un poco pasado por agua; en los aproximadamente 600 km que separan las dos capitales el tiempo cambia drásticamente y Praga, a la que llegamos con bastante retraso por culpa de un monumental atasco a la entrada, nos da la bienvenida con viento y lluvia, ocultando sus colores tras nubes oscuras que no presagian nada bueno. La llegada al hotel que tenemos reservado lo confirma: en nuestra habitación "triple" hay una cama de matrimonio con un colchón deplorable, y un sillón-cama estrechísimo, cortito y además con cabecero inclinado. ¿Y ahora qué hacemos? Está claro que no estamos dispuestas a que ninguna duerma en esa "cosa", pero una pequeña exploración por los hoteles de la zona nos deja claro que será prácticamente imposible encontrar alguna otra habitación para cuatro noches en Praga, porque a parte de caer allí en fin de semana encima hay puente. También lo sabe el personal de nuestro hotel cuando vamos a la recepción a protestar por la habitación asignada; al final después de mucho pataleo conseguimos que nos prometan el cambio de habitación al día siguiente. Esta noche no tendremos más remedio que dormir las tres juntas en la cama de matrimonio; menos mal que por lo menos antes nos pegamos un magnífico homenaje en un pequeño restaurante que descubrimos en los sótanos de una casa cercana. Ya sabremos para los días venideros que el pato es uno de los platos estrella de la cocina checa...

La noche no es demasiado cómoda, pero la sobrevivimos; la mañana siguiente tampoco tiene mejor pinta: el cielo detrás de la ventana de la habitación es gris plomizo, oscuro, pesado, y cae desde él una lluvia que parece interminable. No es el mejor día para visitar nada, y además no tenemos suficiente ropa de abrigo, así que paseamos por algunas tiendas de ropa de la Plaza de Wenceslao, tan cercana a nuestro alojamiento, y que es la llave del casco antiguo que hoy se cubre con una alfombra de paraguas que flotan a escasos metros de la acera, por encima de las cabezas que se esconden de tanta agua. Más que pasear por las calles nos metemos en los comercios para resguardarnos de frío, y después de comer decidimos volver un rato al hotel, para cambiar de habitación y cambiar la ropa mojada. Pero Praga tiene también otros atractivos a parte de sus calles, así que por la noche decidimos ir al famoso teatro negro.





El espectáculo se celebra en una sala pequeñita y nada especial, pero todo eso se olvida en cuando se levanta el telón. Sobre un fondo negro como la noche más oscura, los objetos se mueven solo, vuelan, levitan y hacen maravillas con los actores. El lenguaje del humor es universal, así que se puede prescindir completamente de palabras y aún así hacer reír y disfrutar al público tan internacional como el que compone el aforo. Los tesoros culturales de Praga no decepcionan, y después de cenar algo ligero volvemos al hotel abrigando esperanzas de algún que otro rayo de sol al día siguiente.

No hay comentarios: