jueves, 18 de septiembre de 2008

Budapest - Praga, día 1

En realidad este viaje tiene un día cero, el día en el que todo empezó. Y también tiene muchos días de búsquedas de billetes, de hoteles, de ilusiones tal vez. Pero claro, el relato tiene que tener su principio ubicado espacial y temporalmente, y este principio aparece un lunes de agosto a las once de la noche en la sevillana estación de autobuses de Plaza de Armas. Tres maletas, tres bolsos y tres pares de ojos, marrones los de Blanca, verdes los de Paola y azules los míos están a la expectativa de lo que vayan a ver en este viaje que empieza de noche y con la incomodidad de dormir acurrucadas en un autobus que tarda más de seis horas en llegar a su destino, Madrid. La espera a que abran el metro en medio de la noche, cuando el sueño se ha alejado por momento y hasta apetece sacar algunos apuntes para leer (que es mi caso evidentemente; mis compañeras de viaje no son por suerte tan frikis...). Cabeceos en los vagones del metro repleto de caras somnolientas y de gente dormida que, curiosamente, se despierta justo en la parada en la que deben bajar. Y el aeropuerto de Barajas, igual de frío a todas las horas del día y de la noche, con esa misma indiferencia de lugares que se saben de paso. El desayuno es de paso, sin esas tostadas de siempre, y las compras también son de paso, de decisión rápida de aquellos que saben que no volverán al mismo sitio.

El vuelo se retrasa un poco; estamos ya en la pista de despegue cuando damos la vuelta por un problema técnico, arreglado en menos de una hora. Nos acordaremos de ello a la vuelta, cuando veremos en las noticias el terrible accidente de Barajas. Pero por ahora nuestro avión despega sin problemas, y al cabo de unas pocas horas aterrizamos en el aeropuerto de Budapest. Cogemos un pequeño microbus hasta el hotel, y después de una refrescante duchita salimos a la calle para descubrir la ciudad. El plan es tomar un barco para navegar por el Danubio al atardecer y de noche, y para llegar al río primero cruzamos el barrio judío, con su sinagoga de doradas cúpulas y un pequeño cementerio que recuerda tantas generaciones muertas. Las calles de edificios antiguos y modernistas se abren hacia la Vaci utca, la calle más comercial y más cara de Budapest, que transcurre paralela al río, hasta que llegamos a la estación de Vigadó, al embarcadero.



El atardecer tiñe ya de rosa las dos orillas del Danubio, las colinas de Buda y los edificios monumentales de Pest, y nosotras pasamos en el barco debajo de los puentes que hacen que estos dos antiguos pueblos se miren uno al otro, se vuelquen hacia el río y que convergan hasta ser una única ciudad. El lento paseo por las aguas ayuda a crear un mapa mental de la ciudad a la que descubriremos en los días siguientes a pie. El monte Gellert, el Palacio Real que se eleva con orgullo sobre la orilla de Buda, y el Parlamento que brilla en la noche iluminado por los focos y por la luna casi llena; hay algo de magia en mirar todo aquello justamente desde el punto intermedio, observando como la luz cambiante juega con los edificios sacando de ellos figuras imposibles.



Después de esta introducción a la ciudad y a su gastronomía (Paola arrasa con el bufet libre ;)) volvemos al hotel, dando un pequeño paseo por Vaci utca y mirando sus escaparates. No es muy tarde, pero la ciudad ya está dormida, y nosotras ya vamos sintiendo el cansancio del viaje que duró casi dieciocho horas, así que nos metemos en las camas para preparar el cuerpo para los paseos del día siguiente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

como siempre, haces que me den más ganas de viajar, y de contemplar todos los atardeceres. Besos. Niani

Martika dijo...

Gracias Niani
Muchos besitos